terça-feira, 26 de junho de 2012

Cuento de Hunahpú e lxbalanqué

Hunahpú e lxbalanqué, hijos de Ixquie, la doncella que los concibió por obra de dos semidioses ya muertos y despedazados y que cayeran en la trampa que les tendieran los señores de Infierno o Xibalbá, eran dos hermanos gemelos que a lo largo de sus primeros años de existencia demostraron una gran habilidad con el manejo de la cerbatana. Ellos mismos eran semidioses porque habían nacido de la unión de un dios y una mujer mortal, y jamás pensaron que tendrían que pasar por el suplicio de las siete casas de castigo, como pasaron sus padres Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, que tenían los demonios del averno porque, con sus juegos de pelota, les molestaban cuando ellos, en las profundidades de la Tierra, descansaban, charlaban alrededor del fuego y contaban sus historias, que casi siempre eran maldades. Cuando los dos hermanos gemelos llegaron a casa de la abuela paterna, que se llamaba lxmucané, les recibió con odio y mal talante, así como sus dos hermanos, Huntbatz y Hunchouén, que eran grandes músicos y cantores con los que la vieja estaba en connivencia y muy feliz. Inmediatamente, al verlos, la abuela y sus dos hermanos mayores no los amaron de ningún modo, y ellos debían solamente dedicarse a tirar con su cerbatana, matar pájaros y llevárselos a su casa, donde se los comían entre Huntbatz y Hunchouén, y debían esperar que los otros se saciaran para comer ellos. El odio que les tenían a Hunahpú y a lxbalanqué era tal que decidieron matarlos, pero, dándose cuenta los gemelos y siendo como eran protegidos de los dioses, ya que en la persona de su madre habían obrado el prodigio de engendrarlos de unos padres muertos, supieron bien esquivar la jugarreta de sus hermanos mayores y decidieron, ya que no los querían, vengarse de ellos. A la sazón un día los dos gemelos cazadores de pájaros llegaron a casa sin llevar consigo ninguna clase de pájaro. Sus hermanos, que pasaban la vida tocando la flauta y cantando, les reprendieron, con la aquiescencia de la enfurecida abuela, diciendo: -¿Por qué no traéis pájaros? Los gemelos contestaron: -Lo que sucede, abuela nuestra, es que nuestros pájaros se han quedado trabados en el árbol y nosotros no podemos subir a cogerlos, querida abuela. Si nuestros hermanos mayores así lo quieren, que vengan con nosotros y que vayan a bajar los pájaros. Ellos repusieron: -Está bien, iremos con vosotros al amanecer. Hunahpú e lxbatanqué decidieron vengarse de sus hermanos cambiando solamente su naturaleza, su apariencia. Se dijeron entrambos que lo debían hacer por los sufrimientos que les habían hecho pasar, por querer matarlos... Por todo ello los venceremos y daremos un ejemplo. Así que, al amanecer, se marcharon los cuatro hermanos hacia el árbol donde quedaron atrapados los pájaros que cazaron los dos gemelos. Cuando llegaron al pie del mismo su enorme copa estaba tan repleta de avecillas que era imposible contarlas. Los hermanos mayores quedaron admirados por su abundancia y por la algarabía que formaban los pajarillos con sus trinos y sus aleteos. Mientras aquellos observaban el espectáculo maravillados, Hunahpú e lxbalanqué soplaban sus cerbatanas sobre la masa volátil pero, aunque sus lanzamientos eran constantes, no caía sobre la tierra ninguno de los pájaros. Los dos gemelos engañaron a sus hermanos y les invitaron a que subieran al árbol para que bajaran los pájaros que ellos habían abatido. Aceptaron y subieron al árbol, pero el tronco y la copa del árbol comenzaron a aumentar de tamaño, a hincharse, tanto que, cuando Huntbatz y Hunchouén quisieron descender a tierra, ya no pudieron. Y reclamaron la ayuda de los gemelos diciendo: -¿Qué nos ha sucedido? ¡Desgraciados de nosotros! Este árbol nos causa espanto de sólo verlo. Hunahpú e lxbalanqué les contestaron, gozosos por la venganza: -Desatad vuestros calzones, atadlos debajo del vientre, dejando largas las puntas y tirando de ellas por detrás, de ese modo podréis andar fácilmente. Los hermanos mayores les hicieron caso y tiraron de los ceñidores, que rápidamente se convirtieron en colas y ellos tomaron la apariencia de monos. En seguida saltaron de rama en rama, se columpiaban en ellas y hacían gestos y muecas propias de estos simios. Y quedáronse a vivir en los árboles. Cuando regresaron los gemelos a su casa le dijeron a su abuela lxmucané lo que había ocurrido, lamentándose ante ella que ignoraban cuál sería la causa de aquel suceso. Ante la pena de la abuela, los dos hermanos se sentaron junto a ella para consolarla, luego tomaron la flauta y se pusieron a cantar y tocar una canción, y a sus acordes llegaron dando saltos y haciendo muecas con los músculos de su rostro Huntbatz y Hunchouén, poniéndose a bailar ante, la vieja mujer. Ésta, al contemplar la traza cómica y ridícula que ambos tenían, se puso a reír y los dos hermanos mayores, afectados por esta burla, se escaparon rápidamente hacia el bosque. Varias veces Hunahpú e Ixabalanqué hicieron volver a los monos, pero siempre, ante la jovialidad estrepitosa con que los recibía la abuela, hacía que volvieran a sus escondrijos y, al fin, se quedaron a vivir allí permanentemente y no se les volvió a ver más por aquellos alrededores, ni a Huntbatz ni a Hunchouén, que fueron convertidos en animales y se volvieron monos porque se ensoberbecieron y maltrataron a sus hermanos. Los hermanos gemelos se integraron en casa de lxmucané tras hacer una gran cantidad de méritos, en los que fueron asistidos por los dioses, que les echaron una mano. Tan expertos eran Hunahpú e lxbalanqué en el arte de la cerbatana que eran capaces de dar en medio de la pupila del inquieto colibrí en un santiamén, y por contra eran unos verdaderos ignorantes en el juego de pelota, que desconocían totalmente porque así se lo había ocultado su abuela, ya que ese juego fue la causa de la muerte de sus padres. Un día, cuando ya habían sido aceptados por la mujer y entraban y salían de su casa cuantas veces querían y cuando les venía en ganas, un ratoncillo que atraparon en el campo y que iban a sacrificar para que no comiese sus cosechas, les dijo que sabía que iba a morir a sus manos y que si le perdonaban la vida les diría algo que a ellos les iba a interesar mucho. Los dos hermanos le apremiaron y él tuvo que decir: -Está bien. Sabréis, pues, que los bienes de vuestros padres Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, así llamados, aquellos que murieron en Xibalbá, o sea los instrumentos con que jugaban, han quedado y están allí colgados en el techo de la casa: el anillo, los guantes y la pelota. Sin embargo, vuestra abuela no os los quiere enseñar porque a causa de ellos murieron vuestros padres. Los gemelos tuvieron una gran alegría al conocer que podrían poseer los instrumentos del juego de pelota en el cual podrían hacerse unos expertos. Pero también sabían que debían burlar la vigilancia de la abuela, que jamás iba a permitir que poseyesen aquellos menesteres. Con la ayuda del ratón llevaron a cabo numerosas estratagemas para engañar a la abuela, pero poco lograron, hasta que por fin un día mandáronla al río con un cántaro para que lo llenase de agua y mandaron al río a un animal llamado Xan, que es como un mosquito, para que perforase el cántaro y el agua se saliese por el agujero. Y mientras la abuela trataba de taponar el agujero y retener el líquido transparente en el cántaro para llevarlo a su casa, ambos, los dos, en la cabaña, mandaron al ratón para que cortara las cuerdas que sostenían la pelota. Cuando lo hizo, del techo de la casa cayó aquélla y con ella el anillo, los guantes y los cueros. Rápidamente los dos hermanos cogieron los objetos y se fueron a enterrarlos en el camino que conducía al campo del juego de pelota. Luego acudieron junto a la abuela y le ayudaron a tapar el agujero por donde se escapaba el agua y volvieron a casa. Hunahpú e lxbalanqué comenzaron a jugar a la pelota en el campo que lo hicieron sus padres y se hicieron grandes expertos porque jugaron durante largo tiempo; pero volvieron a caer en el mismo defecto que cayeran sus padres. Los señores de Xibalbá les oyeron jugar y, encolerizados, dijeron: -¿Quiénes son esos que vuelven a jugar sobre nuestras cabezas y que nos molestan con el ruido que hacen? ¿Acaso no murieron Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, aquellos que se quisieron engrandecer ante nosotros? ¡Id a llamarlos al instante! Y todos los señores del Infierno, de Xibalbá, se pusieron de acuerdo y decidieron enviar mensajeros a los dos hermanos gemelos para hacerles caer en idéntica trampa que tendieron a sus progenitores. La orden que recibieron los mensajeros fue: -Id y decidles, cuando lleguéis allá: Venid, han dicho los señores que desean jugar a la pelota con vosotros, dentro de siete días quieren jugar. Por el camino grande y ancho que conducía a la casa caminaron los mensajeros y cuando entraron en ella hallaron sólo a la abuela y le dejaron el mensaje de los señores del averno para que ella se lo comunicara, asegurándoles la vieja que ellos acudirían a la cita. Una vez todo aclarado y entendido, los mensajeros se marcharon por el mismo camino que llegaron. En la casa se quedó sólo su abuela con el corazón lleno de angustia y preguntándose a quién llamaría para que acudieran sus nietos a hablar con ella. Su angustia crecía cuando pensaba que de igual manera anunciaron los de Xibalbá su cita cuando se llevaron a sus hijos. Y la aflicción le embargó profundamente. Sin embargo, el mensaje se lo debía de comunicar a Hunahpú e lxbalanqué, puesto que eran los dioses del Infierno quienes se lo habían ordenado y ellos eran muy poderosos y temía su magia y sus evocaciones. Estando sentada la abuela lxmucané a la puerta de su casa pensando en estas congojas, le cayó en la falda un piojo al que tomó en la palma de su mano y quien comenzó a moverse y caminar. Entonces se dirigió al insecto y le ordenó: -Ve hasta donde están mis nietos y les dices que han llegado los mensajeros de Xibalbá ante su abuela y que vengan dentro de siete días a jugar con los señores. El piojo comenzó a caminar pero apenas avanzaba en su carrera. Entonces se encontró con un sapo que le ofreció al piojo el tragárselo para correr más deprisa y llevar antes el mensaje. Andaban por el camino, pero no corrían lo suficiente, y entonces se halló el sapo frente a una culebra, que le dijo que ella se lo tragaría y se lo llevaría mucho más deprisa para que el mensaje llegase mucho más pronto a su destino, ya que su velocidad era superior. Pero, sin previo aviso, pasó un gavilán que se lanzó en vuelo contra la culebra y se la tragó. Desde entonces fueron las culebras la comida del gavilán. Y con eso llegaron al campo del juego de pelota donde se encontraban los dos hermanos gemelos jugando. El gavilán, parado sobre la cornisa del juego de pelota, gritó: -¡Aquí está el gavilán! Y graznaba repetidamente. Los dos hermanos dijeron: -¿Quién está gritando? ¡Vengan nuestras cerbatanas! Dispararon en seguida una chinita de piedra en medio de la niña del ojo del gavilán que cayó, dando vueltas, sobre la tierra. Lo cogieron y le preguntaron: -¿Qué vienes a hacer aquí? -He traído un mensaje en mi vientre. Curadme primero y luego os lo diré. Así lo hicieron los gemelos e inmediatamente después le exigieron el mensaje. El gavilán en seguida vomitó la culebra. Cuando la apremiaron a ésta a hablar vomitó así mismo al sapo y cuando éste tuvo que vomitar al piojo, que era el que verdaderamente llevaba el mensaje del reino de Xibalbá, no pudo hacerlo por más esfuerzos que hacía y entonces los muchachos le abrieron la boca y hallaron al piojo entre los dientes del sapo, que no se lo había tragado. Entonces la culebra se lo comió y desde entonces los sapos son la comida de las culebras. Los dos hermanos apremiaron al piojo para que les diera el mensaje y aquél habló: -Ha dicho vuestra abuela, muchachos: Anda a llamarlos; han venido los mensajeros de Hun-Camé y Vucub-Camé para que vayan a Xibalbá, diciendo: Que vengan acá dentro de siete días para jugar a la pelota con nosotros, que traigan también sus instrumentos de juego, la pelota, los anillos, los guantes, los cueros, para que se diviertan aquí. -¿Será cierto? -dijeron los dos muchachos y con toda la rapidez que pudieron se fueron a casa y, al comprobar que el mensaje era fidedigno, se dispusieron a salir al encuentro de los de Xibalbá, pero antes se despidieron de la abuela. Así lo hicieron y dejaron, como señal de la suerte que iban a correr, en la casa, dentro de ella, no sobre tierra húmeda sino seca del interior, plantadas dos cañas, una por cada uno de los hermanos. Dijeron a la abuela que si las cañas se secaban es que habían muerto, pero que si retoñaban es que estaban vivos. Y se marcharon, llevando cada uno su cerbatana en la mano, bajando en dirección al reino de Xibalbá. Hunahpú e lxbalanqué bajaron rápidamente los escalones que les llevaban hacia el averno, pasando por varios ríos y barrancos, y también por entre unos pájaros de plumaje negro y extraños que les dejaron cruzar el lugar. Siguieron caminando y tuvieron que atravesar un río de lodo y otro de sangre, donde debían ser destruidos según el pensamiento perverso que tenían los de Xibalbá, pero ellos los vadearon bien, sin dificultades, porque extendieron sobre las dos orillas sus cerbatanas y caminaron sobre, ellas como si fueran puentes. Al salir de allí se encontraron frente a una encrucijada de Cuatro caminos. Eran los caminos que conducían a Xibalbá y ellos los conocían bien: el camino negro, el camino blanco, el camino rojo y el camino verde. Ellos les conducían hacia la sala donde se hallaba el Consejo de los Señores de Xibalbá, que lo componían doce señores que se cubrían con velos y una estatua de madera, que también estaba revestida con ornamentos muy costosos. Una vez allí, Hunahpú e lxbalanqué debían saber el nombre de cada uno de estos señores y saludarles utilizando su verdadero nombre, que ellos desconocían. Ésta era la trampa que debían superar o si no quedarían destruidos. Entonces los dos hermanos acudieron al mosquito Xan y le ordenaron que picara a cada uno de los señores para que dijeran en voz alta su nombre. Así lo hizo el mosquito, que picó a la estatua de madera y nada dijo, pero luego fue picando a los verdaderos señores del Consejo y el segundo, al escuchar quejarse al primero por el picotazo, le llamó por su nombre, preguntándole el motivo de su queja; así el tercero con el segundo, y sucesivamente hasta que dijeron todos sus nombres, que eran: -Hun-Camé, Vucub-Camé, Xiquiripat, Cuchumaquic, Ahalpuh, Chamiabac, Ahalcaná, Chamiaholom Patán, Quic- xic, Quicré y Quicrixcac. De esta manera los dos hermanos dijeron a cada jefe su nombre. Cada uno de ellos estaba sentado en un rincón del salón del Consejo. Llegaron a donde estaban y les dijeron para engañarles, dirigiéndose al muñeco de palo: -Saluda al señor, al que está sentado. Ellos repusieron que no era tal señor sino un estatua de madera, e inmediatamente se pusieron a saludar a los demás señores: -¡Salud, Hun-Carné! ¡Salud, Vucub-Camél ¡Salud, Xi- quiripat! ¡Salud .... ! Y así fueron saludando a todos, hasta que llegó el último, descubriéndolos, que era lo que ellos no querían. Entonces, ladinamente, les dijeron que se sentaran en un asiento que les indicaron. Hunahpú e lxbalanqué se percataron de la nueva trampa y dijeron rehusando sentarse: -Éste no es asiento para nosotros, es sólo una piedra ardiente. De esta fonna los dos hermanos gemelos salieron victoriosos de la prueba fatal que les pusieran los de Xibalbá, porque si se hubiesen sentado, olvidando el respeto que debían al Consejo, la piedra ardiente al rojo vivo los hubiese destruido. Entonces los señores no tuvieron otro remedio que invitarles a que pasaran a la Casa Oscura, que era la segunda prueba que tenían que superar si deseaban salir de las profundidades del Infierno, porque los de Xibalbá pensaban vencerlos en esta casa. En ella debían pasar la segunda noche y desafiar la trampa que en ella se encerraba. Había una guardia de hombres situados alrededor de la misma que impedían que los dos hermanos tuvieran contacto con la gente del exterior, ya que debían permanecer encerrados toda la noche hasta el amanecer. Allí se les dio una tea de pino encendida y un gran cigarro. Y así lo hicieron los mensajeros de Hun-Camé, el señor principal de Xibalbá, diciéndoles: -Éstas son sus rajas de pino. Que mañana al amanecer las devuelvan encendidas junto con los cigarros enteros. Hunahpú e Ixabalanqué asintieron a la propuesta engañosa. Como astutos que eran y protegidos de los dioses, se les ocurrió no encender las teas sino que pusieron en sus extremos unas plumas de la cola del guacamayo que eran rojas y que a los guardianes les pareció que era el fuego encendido de las teas. Cosa semejante hicieron con los grandes cigarros que debían consumir y lo que hicieron fue colocar en sus puntas algunas luciérnagas. Cuando llegó el amanecer los veladores exigieron que se les enseñase las teas y los cigarros, estando seguros de que se habrían consumido durante la noche, pero, cuando vieron que ello no era así, se encaminaron a dar parte de lo sucedido a los señores. Éstos, muy irritados porque habían sido vencidos de nuevo, se quejaron: -¿Cómo ha sido esto? ¿De dónde han venido? ¿Quién los engendró? ¿Quién les dio a luz? En verdad hacen arder de ira nuestros corazones, porque no está bien lo que nos hacen. Después les invitaron a jugar un partido de pelota amañado y en él trataron de matarlos usando un cuchillo de pedernal Pero los dos hermanos se percataron de ello y quisieron marcharse. Pero los señores les convencieron y les hicieron penetrar en la Casa de las Navajas, el tercer lugar de tormento de Xibalbá. En este aposento debían zafarse de los cuchillos que les atacaban y de dos lanceros, uno por cada uno de los gemelos, que les acosaban con sendas y punzantes lanzas. Pero, además de ello , debían cumplir el siguiente mandato: -Id a cortar y traednos temprano cuatro jícaras de flores. -Muy bien. ¿Y que clase de flores? -Un ramo de chipilín colorado, un ramo de chipilín blanco, un ramo de chipilín amarillo y un ramo de la flor llamada de carinimac – dijeron. Hunahpú e Ixbalanué aceptaron. Los de Xibalbá estaban contentos, porque estaban seguros de que ya los había vencido, y con ello vendría la muerte. Por que los metieron en la Casa de las Navajas para que fueran despedazados por las navajas y fueran muertos rápidamente, pues así lo deseaban sus corazones. Pero los dos hermanos gemelos no murieron, sino que en seguida hablaron con las navajas y les ofrecieron: -Vuestras serán las carnes de todos los animales. Y los cuchillos y navajas que se movían tratando de herirlos se detuvieron de repente y así permanecieron hasta la madrugada. Pero como tenían que cumplir el encargo de las flores y no podían salir del antro, durante la noche llamaron a las hormigas y les ordenaron: -¡Venid e inmediatamente id todas a traernos todas las clases de flores que hay que cortar para los señores! Los insectos obedecieron y se fueron a cortar las flores a los jardines de Hu.n-Camé y Vucub-Camé. Estos señores habían advertido a los guardianes de su jardín que vigilaran toda la noche porque podrían ser sorprendidos y las flores robadas. Y subiéndose en las ramas de los árboles comenzaron a dar gritos y a hacer estruendo para ahuyentar a cualquier intruso que llegase a cortar las flores que había en el huerto. Pero mientras las hormigas, silenciosamente, les robaban lo que estaban cuidando: las flores que acarreaban entre los dientes y que se las llevaban hasta la casa donde estaban encerrados los héroes. Pronto Hunahpú e lxbalanqué llenaron las cuatro jícaras de flores que, al amanecer, aparecían hermosas, llenas del rocío de la noche. Entonces llegaron los mensajeros de los señores llevándoles la orden de que les trajeran las flores que les habían recomendado cortar. Los muchachos, jovialmente, fueron ante la presencia de aquéllos y les presentaron las cuatro jícaras repletas de las flores que les habían ordenado llevarles. Al verlas ante sí los de Xibalbá palidecieron de ira: habían sido de nuevo vencidos. Luego se vengaron en sus guardianes rasgándoles las bocas. Desde entonces los mochuelos traen partidas las bocas, porque los vigilantes que habían puesto a cargo de las flores eran mochuelos que todo lo ven en la noche. De nuevo, para salir de Xibalbá, tenían que salvar la siguiente trampa mortal que se escondía en la Casa del Frío. El frío que hacía dentro de esta mansión no es para contarlo, ni es posible describirlo. La casa estaba repleta de hielo, de granizo; la temperatura que hacía dentro de ella era la propia para dejar yerto, como muerto -que eso es lo que deseaban los de Xibalbá-, a cualquier hombre, mamífero o animal de sangre caliente. Pero pronto, sin embargo, los muchachos se salvaron del frío encendiendo los troncos viejos y resecos que hallaron a su alrededor. Así, pues, cuando amaneció estaban aún vivos, estaban llenos de salud, y salieron de esta casa lozanos y alegres cuando fueron los mensajeros a buscarlos para llevarlos a la presencia de los señores de Xibalbá, quienes estaban contrariados porque todavía no habían muerto y admirándose a la vez por la gran magia y poder que poseían tanto hunahpú como Ixbalanqué. Entonces les hicieron entrar en la quinta casa de los tormentos: la Casa de los Tigres. La mansión, provista de una única entrada, estaba llena de tigres. Y les hicieron entrar en ella porque sabían los de Xibalbá que en ella acabarían sus vidas, ya que los felinos estaban hambrientos y eran sanguinarios. Los dos hermanos gemelos, sin embargo, se dirigieron a los animales y les suplicaron: -¡No nos mordáis! Aquí tenéis lo que os pertenece. Y en seguida les arrojaron unos huesos, sobre los que se precipitaron los felinos. Al escuchar los señores el roer de huesos, el estruendo que hacían los tigres al morder y machachar los huesos, se pusieron muy contentos y estuvieron seguros que esta vez habían vencido, por lo que se decían entre ellos jovialmente: -¡Ahora ya sí se acabaron! Ya les comieron las entrañas. Al fin se han entregado. Por fin les están triturando los huesos. Pero los dos muchachos no murieron. Cuando sobrevino sobre la faz de la Tierra el amanecer, salieron de la Casa de los Tigres sanos y salvos, y los señores del averno se dieron cuenta de que una vez más habían sido vencidos y, llenos de admiración y coraje, se preguntaron: -¿De qué raza son éstos? ¿De dónde han venido? Después debían entrar, en medio del fuego, al sexto de los tormentos, la Casa del Fuego, que era un horno ardiente, abrasador, lleno de brasas ígneas capaces de volatilizar el plomo y el cobre, en el cual debían de permanecer desde la salida hasta la puesta del Sol sin sufrir daño alguno. Los de Xibalbá lo que querían era que por fin murieran allí adentro. Pero allí ardían las brasas y la leña solamente y no los dos héroes, por lo que, cuando llegó el amanecer, surgieron entre las llamaradas de fuego los dos hermanos gemelos sin que nada les hubiera ocurrido, por lo que los señores quedaron descorazonados y decidieron que pasaran a la última casa de tormentos, la séptima, la más severa de todas ellas. Era llamada la Casa de los Murciélagos. Era la casa de Camazotz, el dios de los murciélagos, y a su alrededor no había más que murciélagos revoloteando sin cesar por entre sus paredes. La casa estaba repleta de armas mortíferas que pertenecían al dios, el cual poseía un instrumento de matar.que era como una punta seca con la cual todos los que llegaban a su presencia quedaban de súbito muertos ante él. Hunahpú e lxbalanqué, para protegerse de todas estas armas letales, se escondieron dentro de sus cerbatanas y allí durmieron. Y lo tenían que hacer así por el dios mismo, el cual, viniendo de las alturas de la Casa, se aparecía a los visitantes y los decapitaba si estaban desprevenidos. Por eso ellos se escondieron dentro de sus cerbatanas. Y no fueron mordidos por los murciélagos que estaban revoloteando por dentro del aposento, pues se cansaron y dejaron de volar y se apiñaron todos en montón, pegados unos a otros, en la punta de una de las cerbatanas En medio de la noche lxbalanqué dijo a Hunahpú: -¿Comenzará ya a amanecer? Mira tú. El otro hermano respondió: -Tal vez sí, voy a ver. Como Hunahpú estaba ya cansado de la incomodidad que le obligaba el estar metido dentro de su cerbatana y tenía muchas ganas de ver afuera de la misma. sacó la cabeza y Camazotz de inmediato le cortó la cabeza. Ixabalanqué, que no se dio cuenta del hecho, nuevamente le preguntó a su hermano, de quien ignoraba que estaba decapitado: -¿No ha amanecido todavía? Pero Hunahpú no se movía, callaba, y entonces el hermano se preguntó: -¿Adónde se ha ido Hunahpú? ¿Qué es lo que ha hecho? Pero él no se movía y callaba. En aquel momento Ixbalanqué se percató de lo sucedido a su hermano, se sintió avergonzado y exclamó lleno de tristeza: -¡Desgraciado de nosotros! Estamos completamente vencidos. Todos los de Xibalbá se regocijaron por lo que le habia sucedido a la cabeza de Hunahpú y fueron a colgarla en el campo de juego de la pelota. La venganza de los señores de Xibalbá por fin se cumplió. Podrían vivir tranquilos en sus reinos sin que nadie rompiera su quietud y tranquilidad jugando a la pelota. Supongo que las cañas que plantaron los dos hermanos dentro de la casa de su abuela Ixmucané, después de retoñar durante tanto tiempo, se secarían. Por lo menos una de ellas...

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